4.6.11

Un regreso a los orígenes

Nadal y Federer
Hace seis años, cuando Rafael Nadal conquistó su primera corona en París, un grupo de expertos reunido para la ocasión concluyó, exactamente igual que hace 37 años, cuando el protagonista era Bjorn Borg, que sería imposible ver al balear trasladar a la hierba su dominio sobre la tierra batida.

El sueco acabó alzando cinco copas en Wimbledon, dos hasta el momento Nadal, que además ha extendido su éxito a otros dos continentes, a todas las superficies. Trabajo le ha costado, y mucho, adaptar su juego, su mentalidad, su empuñadura, la tensión de su raqueta, hoy así, mañana asá, según las circunstancias.

Todo esto acaba por confundir a cualquiera. Quizás a fuerza de reducir su calendario sobre tierra batida con el objetivo de transformarse en un tenista más completo, Nadal sufre más de lo habitual para recuperar el instinto en su territorio. Quizás por eso hasta la segunda semana del torneo no rinde a gran nivel. El servicio es una prueba de ello. En París, Nadal vuelve a sacar suave pero seguro y variado, tratando de codificar el mensaje a su rival hasta que la bola no ha salido de su raqueta.

"He afrontado 18 puntos de 'break' en contra, es verdad, y he salvado 15, pero no me preocupa", explicó Nadal tras el triunfo ante Murray. "Yo trato de prestar atención a mi servicio y no sacar muy fuerte. Intento hacerlo diferente, con más efecto y bote para que el resto no me venga muy rápido. Puedo intentar buscar más 'aces', pero así también me vuelve la bola con más fuerza y eso descontrola mi juego. Si quiero que todo vaya más lento, empecemos por ahí".

"Rafa juega muy bien en los puntos de 'break'", confirmó Murray. "Siempre lo ha hecho. Tiene sus patrones de juego y siempre registra porcentajes altos con sus primeros saques. Varía mucho las direcciones en los puntos de ruptura para luego mandar con su derecha".

El verano pasado, durante un entrenamiento con Juan Mónaco pocos días antes de iniciar el camino hacia el título en Nueva York, Nadal descubrió el tipo de saque, más plano, empuñadura más continental, una variación milimétrica, que le permitiría completar el Grand Slam. Cada año en París regresa a los orígenes, a los porcentajes elevados en lugar de potencia. Menos riesgos, juego más lento, partido más largo, tortura para el rival.

Nadal ha superado el mal trago. Su esquema de juego cobra de nuevo sentido. Hoy vuelve a mandar en la pista. "Hemos salvado una situación complicada y ahora esa ansiedad ha desaparecido, también la presión de no querer perder", aclara. "Ahora juego para ganar, sin pensar en los puntos, en que mi posición en el 'ránking' se puede ir muy abajo. Es mi séptima final consecutiva este año. Lo que pasa es que hay uno [Djokovic] que está jugando mejor que yo, por eso la temporada a lo mejor no parece tan buena, pero yo no puedo hacer nada, sólo felicitarle".

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