En esto días, cuando hay tiempo para la meditación, para
leer o para ver una película, quiero recomendar a los empresarios dominicanos
que compren el libro El Gatopardo y coloquen en su video a la película del
mismo título.
Al empresario que es indiferente a los problemas
sociales, que no se preocupa por el bien de su comunidad; que sólo busca
atesorar riquezas; que corrompe a los políticos con propuestas deshonestas y
que considera que la República Dominicana es una herencia particular, le
recomiendo un libro y una película para Navidad.
El Gatopardo es una obra que debió arder en la hoguera de
las vanidades. Pero como no sucedió así, ahora debe ser el manual de cabecera de muchas figuras mundiales,
y nacionales, de primer plano.
El Gatopardo es una járabe preventivo, para que en la
gravedad social no cabalguen los cuatro jinetes del apocalipsis.
El Gatopardon es una novela del Italiano Giuseppe Yomasi
Di Lampedusa.
Es un relato de las luchas sociales de Italia, no importa
año, día, época. Es como El Principe, libro de consulta de los que quieren
mantenerse en el poder.
Esa novela tuvo problemas para encontrar editores.
Parecía un absurdo que alguien proclamara que se debe cambiar, para que todo
siga igual. Hoy, es una frase lapidaria y reseña una gran verdad.
Del libro del sangre azul de Lampedusa se filmó una
película, en el año 1963, dirigida por el maestro de maestros Luchino Visconti.
En ese film
trabajaron algunos de los mejores actores de ese momento como el estadounidense Burt Lancaster, el francés
Alain Delon y la italiana Claudia Cardinale.
Como escribí de entrada, le recomiendo a los empresarios
dominicanos que tengn como libro de cabecera El Gatopardo, y como película
favorita el clásico de Vizconti.
Los empresarios deben comprender que cuando el dinero se
acumula sin dar pie a la contraparte social, se están cerrando valvulas de
escape comunitario, y puede haber
estallidos de los hambreados y desamparados.
Tienen que buscar el equilibrio social, donde haya ricos, pero se mitigue la suerte, el
hambre, la desesperación de millones de irredentos, que ahora mismo no tienen
el pan seguro.
La República Dominicana es una isla de dolorosas
desigualdades sociales, con una pequeña élite que cambia el vehículo todos los
años y vacaciona en Europa, y una mayoría cuyos hijos mueren por falta de una
penicilina que cuesta cinco pesos.
En el mundo globalizado de hoy, es dificil que esa brecha
pueda tener un futuro igualitario. Pero si se pueden llevar a cabo medidas de
corte social, para que haya más trabajo, más protección social, educación,
asitencia social, y sobre todo se respete la dignidad de los pobres.
La Iglesia Católica lo ha dicho, la acumulación de
riquezas sin sentido social es una forma de corrupción. La convivencia social
conlleva que se mejoren los niveles de vida de la población.
Para que el sistema funcione, para que haya tranquilidad
social, para que no se produzcan fracturas
dolorosas, hay que cambiar, sin cambiar.
Es hacer modificaciones, sin alterar el sistema
democrático. Si no hay cambios sin cambiar; o cambiar para que todo siga igual,
entonces vendrá el caos y los cuatro jinetes del apocalipsis.
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