La opinión pública
es un monstruo que tiene fuerzas para engrandecer y endiosar a una figura, y también
la puede sepultar y enviar al infierno. Es difícil controlar a lo que se llama opinión pública,
luego de que el concepto básico y original salió del laboratorio y llegó a las
grandes masas.
De hecho, la opinión pública es manejada por sectores
élites, que inclina a su favor o en contra a una mayoría silente, que no tiene
opinión propia, sino que muchas veces goza del morbo.
Lo único que salva a lo que conocemos como opinión
pública de ser terreno de escarnio, de calumnias, de busqueda de dinero y
posiciones sociales, es que esta fuerza de estrategia comunicacional sea
manjeda con honradez.
Creo en los beneficios de lo que popularmente se llama opinión
pública, pero en verdad esa opinión nunca es imparcial, y siempre está tintada
por el dinero o la parcela política.
Un juez es la primera víctima cuando se trata de la
fuerza de la opinión pública.
El juez má severo, aunque no imparcial, es la opinión
pública. Alguién señala a una persona como sospechosa de un crimen, y de
acuerdo a como vaya caminando la idea se le van agregando hechos y fantasías.
Llega un momento en que no se sabe qué es verdad y qué es
mentira. Ahí es que el juez debe tener la verdadera íntima convicción, para no
ser un preso de la oponión pública.
Por ley ya no existe la íntima conviccion, pero un
magistrado no la puede abandonar porque esa es su conciencia. Está más lejos de
las pruebas, y de los detalles técnicos.
Puede ser que para condenar a un acusado de 35 asesinatos
no se hayan aportado todas las pruebas legales que el caso amerita, pero no se
puede pasar por alto que la opinión pública ya condenó al implicado.
Tiene que haber en el corazón del juez una íntima
convicción que esté por encima, de las triquiñuelas legales.
Un juez no está solo para verificar artículos y códigos,
porque entoncés no pasaría de ser un convidado de piedra o de barro, de
espaldas a su ser social.
Se coloca un juez de espaldas a su deber de conciencia y voz de la sociedad
cuando prefiere favorecer a un implicado
en un crimen, antes que escuchar la voz popular.
No es que lo
narigonée la opinión pública, pero si que deje flotar su corazón y abra su conciencia.
Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libre, dice el libro sagrado.
Lo único que diferencia a un juez de un verdugo que
práctica el intercambio de disparos, es su conciencia, su ser social, si lo
pierde por tecnicismos legales será un simple burócrata, pero nunca la espada
rendentora de la sociedad.
Tenemos fe y confianza en la justicia, aunque se produzcan
tropezones que son propios de una sociedad que quiso modificar sus textos jurídicos
y abrió el abismo a un código procesal penal que es nuestro dolor de cabeza
diario.
Dejemos a la Diosa de la Justicia como se encuentra, con
los ojos vendados, la espada en una mano y la balanza en la otra, que tenemos
la seguridad de que finalmente se impondrá el deber para con la conciencia, el
corazón y la sociedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario