Cuando se habla de economía, hay dos posiciones
encontradas. La de los técnicos, y la del pulpero. Podría parecer un
atrevimiento que se hable de un banquero y experto económico, junto a un
pulpero de colmado, que vende en chancletas, con una franela sucia y con el cabello sin peinar.
Pero entre los dos tienen el control sobre el desarrollo
de la economía de un país como el nuestro, subdesarrollado, pero que es visto
por ojos de expertos que están en el siglo 21, mientras las masas viven en el principio del 20.
La salvación del país sería que se pueda unificar criterios de los economistas graduados en las
más prestigiosas universidades nortemericanas e inglesas, y los que venden al
menudeo en las calles.
En definitiva, los guarismos económicos que el pueblo
entiende son los del pulpero, los del vendutero al detalle, los que mueven los
cheles y no los millones.
Cuando a la mayoría del pueblo usted le pregunta como está
la econonomía, le puede decir bien o mal, dependiendo de cómo le venden en el
colmado la comida del día.
El economista del Banco Central, o de las fundaciones de
locales de lujo y nombres sonoros, no ven a ese tigre barrial como un ente a
tomar en cuenta en el proceso de la macroeconomía.
Por el contrario, observan con tranquilidad que sus números
señalan que hay un avance hacia el desarrollo nacional, y eso se refleja en las
estadísticas analizadas con lupa en los
cuartos fríos.
Pero el experto frío y de accionar cibernético se olvida
de la mala distribución de las riquezas que hay en el país, y que la mayoría
vive del comercio informal, está desempleado, o espera una remasa de los
Estados Unidos para comer.
El verdadero desarrollo de la economía no está en las cifras
de los expertos, ni tampoco en los números hechos en una vieja libreta con un
lapiz por el pulpero, sino en una mezcla de ambas.
Dicen que el doctor Joaquín Balaguer llevaba sus números
económicos en un cuaderno que guardaba en su escritorio, y que eso le permitía
hacer distribuciones presupuestarias de los impuestos recaudados y de lo que aportaba
la Lotería Nacional en su mejor momento.
El país va logrando un desarrollando y está mejorando su
economía, pero hace falta tener a juglares que se lo puedan explicar al pueblo
en sus palabras.
No hay desarrollo donde florece el agiotismo y la especulación, porque usted dice que todo va
bien en la macroeconomía, y los número reales se los tumba un aumento de diez
centavos en los precios del arroz, que hace medalaganariamente el almacenista
del barrio.
Como el mejor secretario de Agricultura es la lluvia, hay
también que tener en cuenta que el mejor equilibrista de la economía no es el
reputado técnico, sino el dependiente que vende en chancletas y camisilla sucia
de grasa vegetal.
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