18.1.12

Nixon en China: la entrevista con Mao, libro de Kissinger



Mao y Nixon
Henry Kissinger (Fürth, 1927) fue el gran artífice de la visita de Estado que el expresidente Richard Nixon efectuó a China en 1972, que marcó un parteaguas en las relaciones diplomáticas entre el gigante asiático y Estados Unidos. Su último libro, China (Random House Mondadori, 2012) analiza la creciente influencia de Pekín, que, a su juicio, no ha dejado de crecer desde los setenta.

Siete meses después de la visita secreta, el 21 de febrero de 1972, el presidente Nixon llegó a Pekín en un crudo día de invierno. Fue un
momento triunfal para el presidente, para el anticomunista empedernido que había visto una oportunidad geopolítica y la había
aprovechado con audacia.
A modo de símbolo de la fortaleza con la
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que había pilotado la nave hasta aquel día y de la nueva era que se
abría ante él, quiso bajar solo del Air Force One para saludar a Zhou
Enlai, que le esperaba bajo la ventolera de la pista con su impecable
chaqueta Mao mientras una banda militar interpretaba el himno nacional
de Estados Unidos. Se produjo el apretón de manos simbólico
que borró, tal como estaba previsto, el desaire de Dulles. Si bien se
trataba de una ocasión histórica, no tuvo una gran trascendencia. La
caravana que llevó a Nixon a Pekín no encontró a ningún curioso
en las calles. La llegada fue el último tema que se tocó en las noticias
de la noche.21
A pesar de que la iniciativa había tenido un comienzo revolucionario,
en el comunicado fi nal no había habido consenso, sobre
todo en el párrafo clave que trataba de Taiwan. Una celebración habría
sido algo prematuro, e incluso podía debilitar la posición negociadora
china de deliberada ecuanimidad. Por otra parte, los dirigentes
chinos sabían que sus aliados vietnamitas estaban furiosos por
que China hubiera brindado a Nixon la oportunidad de unir al pueblo
estadounidense. Una manifestación pública dedicada a su enemigo
en la capital del país aliado habría constituido una presión excesiva
en las relaciones chino-vietnamitas, ya muy debilitadas.
Nuestros anfi triones compensaron la falta de calor popular invitando
a Nixon a una reunión con Mao a las pocas horas de su llegada.
En realidad, «invitar» no es la palabra que se ajusta a lo que se dio
en las entrevistas con Mao. No se programó ninguna cita; las reuniones
se produjeron como si de un acontecimiento meteorológico se
tratara. En todas hubo alguna evocación de las audiencias conseguidas
por los emperadores. El primer indicio de invitación de Mao a
Nixon surgió poco después de nuestra llegada, cuando me llegó el
recado de que Zhou quería verme en una sala de recepciones. Allí
me informó: «El presidente Mao desea ver al presidente». Para velar
un poco la impresión de que se reclamaba a Nixon, planteé unas
cuantas cuestiones técnicas sobre el orden de la programación del
banquete de la noche. Zhou, curiosamente impaciente, respondió:
«El presidente lo invita y quiere verlo cuanto antes». Al dar la bienvenida
a Nixon en los primeros momentos de la visita, Mao daba su
autoritaria aprobación a las audiencias del país e internacionales an-
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tes de que empezaran las conversaciones. En compañía de Zhou,
fuimos hasta la residencia de Mao en coches chinos. No se permitió
el desplazamiento de ningún miembro de seguridad personal estadounidense
y se comunicó que la prensa sería informada más tarde.
Un amplio portal en la zona este-oeste abierto en las antiguas
murallas que existían en la ciudad antes de la revolución comunista
constituía la entrada a la residencia del mandatario chino. En el interior
de la ciudad imperial, el camino seguía la orilla de un lago, en el
otro extremo del cual se veía una serie de residencias de altos ofi ciales.
Todos aquellos edifi cios se habían construido en la época de
amistad chino-soviética y refl ejaban el contundente estilo estalinista
del período en el que también se construyeron los pabellones de
huéspedes.
La residencia de Mao no parecía distinta del resto, aunque quedaba
algo apartada. No vimos en sus alrededores guardianes ni otros
aditamentos de poder. En la pequeña antesala destacaba una mesa
de ping-pong. Pasamos por allí de largo, pues nos llevaron directamente
al despacho de Mao, una estancia de dimensiones reducidas
con dos de las tres paredes llenas de estanterías con manuscritos
en un estado de considerable desorden. Los libros se amontonaban en
las mesas y formaban pilas en el suelo. En una esquina se veía una
sencilla cama de madera. El todopoderoso dirigente del país más
poblado del planeta quería presentarse como un rey fi lósofo que no
tenía necesidad de afi rmar su autoridad con símbolos tradicionales
de majestuosidad.
Mao se levantó de una butaca colocada en semicírculo junto a
otras e hizo también lo propio un ayudante que estaba a su lado
para echarle una mano si hacía falta. Más tarde nos enteramos de
que unas semanas antes había sufrido una serie de achaques cardíacos
y pulmonares que le habían debilitado y dejado con la movilidad
algo reducida. Aparte de estos impedimentos, el dirigente
comunista rezumaba una extraordinaria fuerza de voluntad y determinación.
Tomó las manos de Nixon entre las suyas y le dirigió su
sonrisa más afable. La imagen se publicó en todos los periódicos
chinos. El país sabía utilizar a la perfección las fotos de Mao para
transmitir el ambiente y el rumbo de la política. Cuando Mao po-
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nía cara de pocos amigos se avecinaban tormentas. Cuando hacía
un gesto admonitorio con el dedo a una visita indicaba la reserva
del sufrido maestro.
En aquel primer encuentro pudimos vislumbrar un atisbo del
estilo de conversación irónico y elíptico de Mao. En general, los
políticos transmiten sus ideas en forma de puntos básicos. Mao las
presentaba de forma socrática. Empezaba con una pregunta o una
observación e invitaba al comentario. Luego pasaba a otra observación.
De aquel entretejido de comentarios sarcásticos, observaciones
y preguntas salía normalmente una indicación, pero en contadas
ocasiones un compromiso vinculante.
Desde el primer momento renunció a llevar un diálogo fi losófi
co o estratégico con Nixon. Este había comentado al viceministro
de Asuntos Exteriores chino, Qiao Guanhua, a quien habían mandado
a acompañar al grupo presidencial de Shanghai a Pekín (el Air
Force One había hecho escala en Shanghai para recoger a un piloto
chino), que estaba impaciente por hablar de fi losofía con el presidente.
Mao no tenía ningún interés en ello. Tras afi rmar que el único
doctor en fi losofía de allí era yo, añadió: «¿Y si le pidiéramos que
hoy fuera el principal orador?». Como por la fuerza de la costumbre,
Mao jugaba con las «contradicciones» entre sus invitados: la sarcástica
evasiva podía ayudarle a crear un posible distanciamiento entre el
presidente y el asesor de Seguridad Nacional, puesto que a los presidentes
no suele gustarles mucho que les eclipse un asesor.
El mandatario chino tampoco se mostró dispuesto a seguir la
insinuación que hizo Nixon de abordar los problemas que planteaban
una serie de países que fue enumerando. El presidente estadounidense
encuadró así las cuestiones principales:
Nosotros, por ejemplo, debemos preguntarnos —de nuevo dentro
de los límites de esta estancia— por qué los soviéticos tienen asignados
más soldados en la frontera frente a su país que en la que da a
Europa occidental. Debemos preguntarnos cuál es el futuro de Japón.
¿Es mejor —ahí sé que habrá desacuerdos—, es mejor para Japón mantenerse
neutral, completamente indefenso, o lo más adecuado de momento
es que establezca alguna relación con Estados Unidos? […] La
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cuestión es a qué peligro se enfrenta la República Popular, si al de la
agresión estadounidense o al de la agresión soviética.22
Mao no quiso entrar en el tema: «No quiero meterme a fondo
en estas cuestiones problemáticas». Apuntó que iban a tratarse con el
primer ministro.
¿Qué pretendía transmitir, pues, Mao con aquel diálogo aparentemente
lleno de divagaciones? Puede que los mensajes más importantes
fueran los que no se pronunciaron. En primer lugar, después
de décadas de recriminaciones mutuas sobre Taiwan, en realidad no
surgió el tema. El resumen de lo que se trató es el que sigue:
Mao: A nuestro viejo amigo común, el generalísimo Chiang Kai-shek,
no le parece bien. Nos llama malhechores comunistas. Hace poco
ha publicado un discurso. ¿Lo ha leído?
Nixon: Chiang Kai-shek llama malhechor al presidente. ¿Cómo llama
a Chiang Kai-shek el presidente?
Zhou: Normalmente hablamos de ellos llamándolos la camarilla de
Chiang Kai-shek. En los periódicos, a veces lo llamamos malhechor;
y a nosotros, ellos también nos llaman malhechores. En fi n,
nos insultamos mutuamente.
Mao: En realidad, la historia de nuestra amistad con él es mucho más
larga que la de la amistad de ustedes con él.23
Ni amenazas, ni peticiones, ni plazos límite, ni referencias al bloqueo.
Después de una guerra, dos enfrentamientos militares y 136
reuniones de embajadores sin ningún tipo de avance, la cuestión de
Taiwan había perdido urgencia. Era algo que se dejaba a un lado, al
menos por el momento, tal como había sugerido Zhou en la primera
reunión secreta.
En segundo lugar, Mao quería dejar claro que Nixon era bienvenido
en China. La foto lo había dejado patente. En tercer lugar,
Mao estaba impaciente por eliminar cualquier amenaza de su país
contra Estados Unidos:
En estos momentos, la cuestión de la agresión de Estados Unidos
o de la agresión de China es relativamente poco importante; o sea,
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podría decirse que no es una cuestión básica, porque actualmente no
estamos en una situación de guerra entre nuestros dos países. Podrían
retirar parte de sus tropas en su país; las nuestras no salen al exterior.24
La críptica frase de que los soldados chinos permanecían en su
país despejó las preocupaciones de que Vietnam pudiera acabar como
Corea, con una intervención masiva por parte de China.
En cuarto lugar, Mao quería poner de relieve que había topado
con escollos en su apertura hacia Estados Unidos, pero que los había
salvado. Brindó un irónico epitafi o a Lin Biao, que había huido de la
capital en septiembre de 1971 en un avión militar que se había estrellado
en Mongolia, tras un supuesto golpe de Estado frustrado:
En nuestro país también existe un grupo reaccionario que se opone
a nuestro contacto con ustedes. Acabaron huyendo al extranjero en
un avión. […] En cuanto a la Unión Soviética, ellos fueron quienes
desenterraron los cadáveres, pero no se pronunciaron sobre el tema.25
En quinto lugar, Mao era partidario de acelerar la cooperación
bilateral y pidió con insistencia conversaciones técnicas sobre el tema:
Nosotros somos también estrictos a la hora de abordar las cuestiones.
Ustedes querían, por ejemplo, algún intercambio de personas
en el ámbito personal, cosas de este tipo; también negocios. Pero en
lugar de ello seguimos, erre que erre, con la postura de que sin resolver
los asuntos importantes no hay nada que hacer con los secundarios,
yo me mantuve en esta posición. Más tarde vi que tenían razón y
jugamos al tenis de mesa.26
En sexto lugar, Mao puso el acento en su buena voluntad personal
hacia Nixon, en el ámbito personal y también porque dijo que
prefería tener tratos con gobiernos de derechas, pues los consideraba
más de fi ar. Mao, el artífi ce del Gran Salto Adelante y de la Campaña
Antiderechista, hizo el sorprendente comentario de que «votaba a
favor» de Nixon, y dijo que se sentía «relativamente feliz cuando
subía al poder la derecha» (al menos en Occidente):
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Nixon: Cuando el presidente dice que vota a mi favor, vota por lo
menos malo.
Mao: Me gustan los derechistas. Se dice que ustedes son derechistas,
que el Partido Republicano está a la derecha, que el primer ministro
Heath27 también es de derechas.
Nixon: Y el general De Gaulle.28
Mao: De Gaulle es una cuestión distinta. Dicen también que el Partido
Democratacristiano de Alemania occidental es asimismo de derechas.
En cierto modo, me complace que la derecha llegue al poder.29
Hizo notar, no obstante, que si los demócratas accedían al poder
en Washington, China también establecería contacto con ellos.
Al principio de la visita de Nixon, Mao estaba preparado para
comprometerse en la dirección que implicaba esta, aunque por el
momento no en los detalles de las negociaciones específi cas que
iban a dar comienzo. No estaba claro si surgiría una fórmula para
Taiwan (las demás cuestiones básicamente se habían decidido). De
todas formas, estaba dispuesto a refrendar una importante agenda de
cooperación en las quince horas de diálogo que se habían programado
entre Nixon y Zhou. En cuanto se hubo establecido la dirección
básica, Mao aconsejó paciencia y escurrió el bulto por si no llegábamos
a un consenso para el comunicado. En vez de considerar el revés
como un fracaso, el dirigente comunista mantuvo que había de
servir de acicate para impulsar un nuevo esfuerzo. El plan estratégico
inminente pasó por encima del resto de los problemas, incluso del
bloqueo sobre Taiwan. Mao aconsejó a las dos partes no arriesgar
demasiado en una ronda de negociaciones:
Es positivo hablar y lo es también aunque no surjan acuerdos,
porque ¿qué sacamos de permanecer en un punto muerto? ¿Por qué
tenemos que ser capaces de conseguir resultados? La gente dirá […] si
fracasamos la primera vez, ¿se preguntarán por qué no lo hemos logrado
a la primera? La única explicación será que hemos optado por la
vía equivocada. ¿Qué van a decir si lo conseguimos a la segunda?30
Dicho de otro modo, aunque por alguna razón imprevista se
estancaran las conversaciones que iban a iniciarse, China perseveraría
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hasta llegar al resultado deseado de colaboración estratégica con Estados
Unidos en el futuro.
Cuando la reunión estaba a punto de terminar, Mao, el profeta
de la revolución permanente, recalcó al presidente de la hasta entonces
vilipendiada sociedad imperialista-capitalista que la ideología ya
no venía al caso en las relaciones entre los dos países:
Mao: [Señalando al doctor Kissinger] «Aproveche la hora y aproveche el
día». Creo que, por regla general, las personas como yo parecemos
cañones [carcajadas de Zhou.] Es decir, algo así como «el
mundo tiene que unirse y derrotar al imperialismo, al revisionismo
y a todos los reaccionarios y establecer el socialismo».31
Mao se rió a mandíbula batiente de la insinuación de que todo
el mundo podía haberse tomado en serio una consigna que llevaba
décadas pintada en los lugares públicos de todo el país. Acabó su
intervención con un comentario especialmente irónico, socarrón y
tranquilizador:
Pero tal vez usted, como persona, no estará entre los derrocados.
Se comenta que él [el doctor Kissinger] también se encuentra entre
los que no van a ser derrocados a título personal. Y si lo son todos
ustedes, no van a quedarnos amigos.32
Garantizada así nuestra seguridad personal a largo plazo y certifi
cada la base no ideológica de nuestra relación por la máxima autoridad
en el tema, las dos partes iniciaron un período de cinco días de
diálogo y banquetes, que intercalaron con algún viaje turístico.
El diálogo entre Nixon y Zhou
Las cuestiones básicas se dividieron en tres categorías, y en la primera
se situaron los objetivos a largo plazo de las dos partes, así
como su colaboración contra los poderes hegemónicos, una forma
de decir la Unión Soviética sin tener que pasar por el desagradable
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trago de nombrarla. Iban a ocuparse de ellas Zhou y Nixon, junto
con un reducido grupo de colaboradores, en el que me encontraba
también yo. Nos reunimos todas las tardes, como mínimo durante
tres horas.
En segundo lugar, se organizó un foro para tratar el tema de la
cooperación económica y los intercambios científi cos y técnicos dirigido
por los ministros de Asuntos Exteriores de las dos partes. Por
último, se constituyó un grupo de redacción para el comunicado
fi nal encabezado por el viceministro de Asuntos Exteriores Qiao
Guanhua y yo mismo. Las reuniones de preparación del documento
se celebraron de noche, después de los banquetes.
Las reuniones entre Nixon y Zhou fueron algo insólito entre
jefes de gobierno (Nixon, por supuesto, era también jefe de Estado)
por el hecho de que en ellas no se tocó ninguna cuestión del momento;
estas se dejaron al albedrío del grupo de redacción del comunicado
y del de ministros de Asuntos Exteriores. Nixon se centró
en situar una hoja de ruta conceptual de Estados Unidos ante su
homólogo. Dado el punto de partida de las dos partes, era importante
que nuestros interlocutores chinos tuvieran una guía seria y fi dedigna
de los objetivos estadounidenses.
Nixon era una persona con una preparación extraordinaria para
esta función. Como negociador, su poca disposición a entrar en
enfrentamientos cara a cara —en efecto, su forma de eludirlos— llevaba
en general a una cierta imprecisión y ambigüedad. Sabía resumir
a la perfección. De los diez presidentes de Estados Unidos que
he conocido, él ha sido el que ha demostrado una comprensión más
cabal de las tendencias internacionales a largo plazo. Aprovechó las
quince horas de reuniones con Zhou para presentarle una perspectiva
de las relaciones entre Estados Unidos y China y sus consecuencias
en los asuntos mundiales.
Mientras me encontraba camino de China, Nixon había comunicado
a grandes rasgos su perspectiva al embajador estadounidense en
Taipei, a quien tocaría luego la desagradable tarea de explicar a sus
anfi triones que a partir de entonces Estados Unidos cambiaría el eje
de su política china: lo pasaría de Taipei a Pekín:
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Debemos tener en mente, y ellos [Taipei] tienen que estar preparados
para la realidad de que seguiremos con una relación gradualmente
más normalizada con la otra China, la del continente. Es algo
que exigen nuestros intereses. Y no es porque nos gusten, sino porque
están ahí […] y porque la situación mundial ha cambiado de una forma
tan drástica.33
Nixon había previsto que, a pesar del caos y las privaciones que
vivía China, las excepcionales cualidades de su pueblo a la larga impulsarían
el país hacia la primera línea de las potencias mundiales:
Pues parémonos a pensar qué podría suceder si cualquier país
con un sistema de gobierno decente tomara el control de este territorio
continental. ¡Dios mío! […] No existiría potencia en el mundo
capaz… Me refi ero a que pones a 800 millones de chinos a trabajar en
un sistema decente […] y se convierten en la primera potencia del
mundo.34
Aquellos días en Pekín, Nixon se encontraba como pez en el
agua. Independientemente de su arraigada opinión negativa sobre el
comunismo como sistema de gobierno, no había ido a China a convertir
a sus dirigentes a los principios de la democracia y la libre empresa
estadounidenses, pues lo consideraba una tarea inútil. Lo que
persiguió a lo largo de toda la guerra fría fue un orden internacional
estable para un mundo atestado de armamento nuclear. Así, en su
primera reunión con Zhou, rindió homenaje a la sinceridad de los
revolucionarios, cuyo éxito él mismo había denigrado anteriormente
como un fallo de las señales en la política estadounidense: «Sabemos
que cree fi rmemente en sus principios, y nosotros creemos fi rmemente
en los nuestros. No le pedimos que ceda en los suyos, de la
misma forma que no va a pedirnos que cedamos en los nuestros».35
Nixon reconoció que en el pasado sus principios le habían llevado
—al igual que a muchos de sus compatriotas— a defender
políticas contrarias a los objetivos chinos. Pero el mundo había cambiado
y los intereses de Estados Unidos exigían que Washington se
adaptara a estos cambios:
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Comoquiera que yo había estado en la administración de Eisenhower,
en aquella época había tenido opiniones parecidas a las de
Dulles. Pero desde entonces el mundo había cambiado, como tenía
que cambiar también la relación entre la República Popular y Estados
Unidos. Como dijo el primer ministro en una reunión con Kissinger,
el timonel tiene que surcar las olas, de lo contrario se hundirá en la
marea.36
Nixon propuso basar la política exterior en la reconciliación de
intereses. Siempre y cuando se apreciara claramente el interés nacional
y que este tuviera en cuenta los intereses mutuos de estabilidad,
o al menos de evitar la catástrofe, aquello podía abrir el camino de la
previsibilidad en las relaciones entre China y Estados Unidos:
Aquí, el primer ministro sabe, y yo también sé, que la amistad
—que tengo la impresión de que mantenemos a título personal— no
puede constituir la base en la que pueda apoyarse una relación establecida.
[…] Como amigos, podemos ponernos de acuerdo sobre un tipo
de lenguaje, pero a menos que se satisfagan nuestros intereses personales
poniendo en práctica las decisiones tomadas en este lenguaje, poco
habremos avanzado.37
Para un planteamiento de aquel tipo, la franqueza era la condición
previa para la auténtica colaboración. Tal como dijo Nixon a
Zhou: «Es importante que lleguemos a la franqueza total y establezcamos
que ninguno de nosotros hará nada si no considera que es en
interés de uno y otro».38 Los críticos de Nixon condenaban a menudo
este tipo de declaraciones, tachándolas de egoístas. Los dirigentes
chinos, en cambio, se referían a ellas con frecuencia como garantía
de la fi abilidad estadounidense, pues las consideraban precisas, dignas
de confi anza y recíprocas.
Sobre esta base, Nixon planteó un razonamiento pensado para
una función duradera de su país en Asia, a pesar de la retirada del
grueso de las fuerzas estadounidenses de Vietnam. Lo insólito era
que lo presentara como de interés mutuo. La propaganda china había
atacado durante años la presencia de Estados Unidos en la zona
califi cándola de opresión colonialista y había llamado al «pueblo» a
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levantarse contra ella. Pero en Pekín, Nixon insistió en que los imperativos
geopolíticos traspasaban los límites de la ideología, como
daba testimonio de ello su propia presencia en la capital. Con un
millón de soldados soviéticos en la frontera septentrional de China,
Pekín no podía basar su política exterior en consignas sobre la necesidad
de acabar con «el imperialismo estadounidense». Antes del viaje
me había insistido sobre el papel determinante a escala mundial
que ejercía Estados Unidos:
No podemos pedir demasiadas disculpas sobre la función de nuestro
país en el mundo. No lo pudimos hacer en el pasado, no lo podemos
hacer en el presente, ni en el futuro. No nos podemos mostrar
excesivamente abiertos respecto a lo que hará Estados Unidos. En otras
palabras, darnos golpes de pecho, ponernos cilicios y empezar con que
vamos a retirarnos, vamos a hacer esto, lo otro y lo de más allá. Porque
considero que lo que tenemos que decir es: «¿A quién amenaza Estados
Unidos? ¿Quién preferiríais que ejerciera esta función?».39
Es difícil aplicar la invocación del interés nacional en su forma
absoluta, como la planteada por Nixon, como único concepto capaz
de organizar el orden internacional. Las condiciones con las
que se defi ne el interés nacional son demasiado distintas y las fl uctuaciones
en la interpretación tienen una importancia excesiva para
proporcionar una guía de conducta fi able. En general, hace falta una
cierta coherencia en los valores que proporcione un elemento de
moderación.
Cuando China y Estados Unidos iniciaron los contactos tras un
paréntesis de veinte años, lo hicieron con unos valores distintos, por
no decir opuestos. Con todas sus difi cultades, un consenso sobre
interés nacional constituía el elemento más signifi cativo de moderación
con el que podía contarse. La ideología podía llevar a las dos
partes a la confrontación y fomentar pruebas de fuerza alrededor de
una amplia periferia.
¿Era sufi ciente el pragmatismo? Es algo que puede intensifi car
choques de intereses, de la misma forma que es capaz de solucionarlos.
Cada lado conoce mejor sus objetivos que los del otro. Según la
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solidez de la postura interior de cada cual, la oposición interior puede
utilizar las concesiones necesarias desde el punto de vista pragmático
como demostración de debilidad. Así pues, existe la tentación
constante de doblar la apuesta. En los primeros contactos con China,
la cuestión que se planteaba era hasta qué punto eran o podían ser
coherentes las defi niciones de los intereses. Las conversaciones entre
Nixon y Zhou proporcionaron el marco de la coherencia, y el puente
que llevaría a ella era el comunicado de Shanghai y su tan debatido
párrafo sobre el futuro de Taiwan.
El comunicado de Shanghai
Los comunicados suelen ser perecederos. Defi nen más un estado de
ánimo que una dirección. No fue este el caso, sin embargo, del comunicado
que resumió la visita de Nixon a Pekín.
Los dirigentes tienden a crear la impresión de que los comunicados
nacen directamente de sus cabezas y de las conversaciones que
mantienen con sus homólogos. Suelen fomentar la idea de que redactan
y deciden hasta la última coma de sus escritos. No obstante,
los estadistas con experiencia y juicio saben que no es así. Nixon y
Zhou eran conscientes del peligro de obligar a los dirigentes a concluir
pactos durante los cortos períodos de una cumbre. En general,
las personas tenaces —no estarían donde están si no lo fueran— tienen
problemas por resolver los estancamientos cuando el tiempo
apremia y los medios de comunicación insisten. Como consecuencia,
los diplomáticos suelen acudir a las reuniones importantes con
los comunicados casi listos.
Nixon me mandó a Pekín en octubre de 1971 —en una segunda
visita— con este objetivo en mente. En los intercambios subsiguientes
se decidió que el nombre en clave del citado viaje sería
Polo II, puesto que después de poner Polo I al primer viaje secreto,
nos fallaba la imaginación. El principal objetivo del Polo II era el de
ponernos de acuerdo en un comunicado que pudieran aprobar los
dirigentes chinos y el presidente cuando, cuatro meses más tarde, se
diera por fi nalizada la visita de Nixon.
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