La Iglesia católica sigue siendo un faro de luz que guía
el destino de la mayoría de los dominicanos. En ocasiones, una parte de la
cúpula de la Iglesia ha estado divorciada del pueblo, pero la mayoría se
sintoniza con la realidad nacional.
Los obispos que firman la Carta Pastoral con motivo del
Día de la Altagracia son los mismos de siempre, pero sus pronunciamientos van
dirigidos a un tema recurrente en la
sociedad dominicana, echar la culpa de los males a la crisis humana y moral.
Cierto, detrás de
la violencia que hace temer a la mayoría de la sociedad dominicana que vamos
camino del despeñadero se encuentra la punta de lanza de la pérdida de los
valores humanos y morales, pero también hay otros ingredientes.
Uno de los primeros es la ausencia de la educación hogareña y académica. No se olvide que de
acuerdo a las últimas estadísticas alrededor del 50 por ciento de la población apenas si llegó a los cursos
primarios.
En este país, de acuerdo con estudios bien elaborados,
hay más de un millón de analfabetos, o sea niños, adolescentes y adutos, que no saben leer, ni escribir.
El respeto al ser humano, una moral a toda prueba, tienen
que partir de un proceso educativo. El hombre sin educación es una bestia, un
buey con un narigón para ser manejado al antojo de los que propician que se
mantenga en el atraso.
Esa falta de educación no solo es responsabilidad de los
padres, sino que ha fracasado la sociedad para facilitar que cada niño tenga
oportunidad de ir a la escuela y alfabetizarse.
Fácil es echar toda la culpa a la familia, de por si
desintegrada y sin metas, de una falta de educación, que aguijonea la ausencia
de deberes morales y humanos.
La Iglesia tiene curas en todo el país, tiene un sacerdote
o una monja donde la miseria absoluta no aprieta, sino que mata. Los soldados
de la iglesia están en contacto con las familias donde los niños mueren de
hambre y los ancianos fallecen por falta de medicinas.
Esos representantes de la Iglesia están donde las niñas
se prostituyen porque no tienen para comprar un pica-pollo, donde los adultos se
vuelven delincuentes, ante la falta de oportunidad social, para estudiar y
conseguir un trabajo.
Señores Obispos, la denuncia está buena, pero hay que
proponer soluciones. Tiene que haber una
mejor y más justa distribución de las riquezas.
Los males a los que ustedes ponen el dedo, como si fuera yodo en una llaga purulenta, tienen su origen
y se sostienen, en la vida miserable que viven millones de dominicanos, mientras
un puñado atesora y desperdicia las
riquezas.
Propongan soluciones señores Obispos, que ustedes son el
faro que guía a la mayoría de los dominicanos. Ha diario hay enrostramiento de
los cuadros de miseria, pero nos quedamos corto en aplicar la amputación de la
pierna con cangrena.
Si no hay soluciones a los males enunciados por ustedes,
seguirá profundizándose la brecha de falta de respeto humano y moral en la
sociedad dominicana.
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