6.2.12

Las campanas de la yola



Una parte importante importante de los dominicanos somos olvidadizos e insensibles. La mejor muestra se da con el reciente naufragio, donde una veintena de personas perdió la vida, mientras viajaba ilegalmente a Puerto Rico. El morbo de una mayoría insensata se regocija o llora, cuando las informaciones salen en los medios informativos, y comienza el conteo macabro de las víctimas.
Pero antes y después del hecho hay indiferencias. Eso es peligroso, porque demuestra que hay una capa sensible de la población que ni siente ni padece, ni le importa nada, salvo un minuto de morbosidad.
El viaje ilegal a Puerto Rico, como en este caso que terminó en tragedia, es una desgracia colectiva. Comienza con la falta de esperanzas de sectores que deberían estar ligados a la producción, pero que no encuentran trabajo.
La unidad básica de la sociedad está destruida. En el seno de un hogar pobre no surge nadie sensato que diga al viajero que no hay condiciones, ni seguridad para emprender esa travesía.
Es que las garras del hambre y la miseria carcomen el alma, y se llega a un momento en que no se tienen ni la esperanza ni la seguridad de seguir viviendo.
En consecuencia, la emigración ilegal es una desgracia social. Es la misma sociedad que tiene esas desigualdades sociales, y le cierra las puertas de entrar a la producción a miles de personas.
Hay corrupción de parte de autoridades que tienen que investigar a fondo los viajes ilegales, para ponerle fin. También tienen su culpa los que se van. Saben que están violando la ley y que no van a un paraíso.
La única y segura forma de controlar los viajes ilegales es mejorar las condiciones de vida en el país, y que todo el mundo tenga su comida segura.
Nadie arriesga la vida en un viaje ilegal, por placer o para levantarse a una mujer. Es la carencia de recursos, el hambre, la marginalidad, la búsqueda de una mejor vida, la que impulsa a estos pobres a lanzarse a la muerte.
Todos los días salen viajes ilegales a Puerto Rico. Unos llegan con cierta tranguilidad y otros terminan en desgracia. La emigración en estas condiciones, es un maldición que debe ser superada.
Por desgracia, nadie tiene en su agenda de trabajo una genuina distribución de las riquezas, para que el dominicano tenga trabajo, educación, asistencia médica y unos pèsos en el bolsillo.
Hay que ir a la conciencia de cada dominicano, que es indiferente a la crisis social, pero que se da tres golpes de pecho, como si fuera una moda, cuando ocurren estas desgracias.
Si no se mejoran las condiciones de vida de la población, cualquier familia podría ser la víctima, como dijo Ernest Heminguay, no preguntes por quién doblan las campanas…

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