Lo saben también los profesionales y los intelectuales,
pero como a estos sectores no les gusta el baño de pueblo, no van a ir a una
marcha a escuchar al candidato, por lo que le invitan a sus almuerzos.
Lo ideal sería que cada candidato tenga un real programa
de gobierno, como se estila en sociedades desarrolladas, como la norteamericana
o en Europa.
Pero en la República Dominicana hay que gobernar con una
cartilla del día a día. Las medidas se aplican de acuerdo a las necesidades del
momento.
Se dirá que eso es improvisación. Pero lo normal de nuestro
desarrollo es que se gobierne hoy por hoy, y los planes quinquenales en la cabeza de los teóricos.
La realidad de los salones acolchados, los sacos de
última moda y las mujeres perfumadas, es atípica, porque los que están allí son
culpables de la crisis, y la pueden resolver.
Los cuadros de desamparo que tiene la población dominicana
parten de malos gobiernos, pero el gran responsable se queda en las sombras, buscando
inocencia, y es el gran empresariado.
Esos conglomerados que solo se dedican a atesorar
riquesas, y que se les importa la suerte de sus trabajadores o de la comunidad
en general, son los primeros farsantes, son los que obligan a que no haya
verdaderos planes de gobierno, y se actúe sobre la marcha.
El mejor plan de gobierno, escrito o en el aire, será el
que dé de comer a los pobres, garantice escuela a los analfabetos, centros de salud
para los enfermos, y sienta las bases de un futuro de justicia social.
Eso no se logra con papeles ni con promesas, sino
trabajando día a día, de acuerdo a como vayan las necesidades nacionales. Lo
saben todos, pero les gusta jugar con la verdad.
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