Kate, como la se le conoce, es hija de una ex azafata y de un despachador de vuelos que luego abrieron una venta por catálogo de artículos y de accesorios para fiestas. El éxito de la empresa les permitió mudarse de una modesta casa pueblerina a una hermosa propiedad en Berkshire, localidad vecina de Londres y uno de los bastiones de la burguesía británica. En resumen, Kate es una plebeya nueva rica. Dos particularidades que habitualmente producen rictus despectivos en cualquier auténtico aristócrata británico, marca registrada.
Las malas lenguas dicen que sus padres planificaron todo, desde el encuentro con el príncipe Guillermo hasta el enamoramiento. Demasiado maquiavélico para ser cierto.
En todo caso, Kate ha demostrado que sabe comportarse y que ha aprendido a adaptarse al duro protocolo que se les exige a todos los miembros de la familia real británica. Lo que no ha sido siempre el caso de otras plebeyas como Fergie Fergusson, ex esposa del príncipe Andrew, tío del novio, que más de una vez ha escandalizado por su comportamiento.
Por su parte, la casa real ha aprendido de las experiencias que llevaron a la reina Isabel ha declarar que el año 1992 había sido para ella un “annus horribilis”. Tras constatar que los amores entre Guillermo y Kate iban en serio y que no había vuelta atrás, se puso en marcha toda una maquinaria para convertir a la plebeya en una princesa digna de ese nombre. Al parecer, el entrenamiento incluyó la visión de imágenes de la difunta lady Di huyéndole a los paparazzis.
"Sorprendente pero útil", habría declarado sobriamente la excelente alumna, Kate Middleton.
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