20.5.11

El Giro de la montaña......El infierno en dos ruedas

El Giro de Italia son sus montañas. Inigualables. Más altas que las del Tour. También, más crueles. Y, como la carrera pasa por allí en mayo, más frías. Incluso parecen más antiguas, con tramos de tierra como los que esperan en el Crostis o la próxima semana en la Finestre. En las paredes de los Dolomitas, los Alpes y los Apeninos están escritas las leyendas de la corsa rosa. Arriba, camino de las estrellas, del Stelvio, el Monte Bondone, las Tres Cimas de Lavaredo, el Gavia o el Mortirolo.


Biagio Cavanna fue el hombre que inventó a Fausto Coppi. Su preparador, su dietista. En el Giro de 1953, en la primera edición que trepó hasta el Stelvio (2.758 metros), Cavanna lo planificó todo. A dos días del final del Giro en Milán, el elegante Hugo Koblet mandaba en la general. Lo que Coppi le quitaba en los ascensos, el suizo lo recuperaba cuesta abajo. Sólo quedaba por subir el Stelvio. Desconocido entonces. Cavanna tenía fama de brujo. Cuentan los relatos de aquella época que mandó a uno de sus auxiliares a observar cómo se había levantado Koblet aquella mañana.

Que le contara cómo tenía los ojos, frescos o cansados. Koblet, que sabía de los mañas de Cavanna, se presentó en la salida con gafas de sol. A cubierto. Pero el enviado de Cavanna fue astuto: le pidió un autógrafo y sacarse una foto con él. Y, claro, que se quitase la gafas para posar. Ahí lo vio. Koblet tenía la mirada calcinada. Los ojos de los días malos. Esa tarde, Coppi, entre paredes de hielo, cruzó la cima del Stelvio con cuatro minutos y medio sobre Koblet. Abajo, en la meta de Bormio, ganó la etapa y su quinto Giro.

Sólo tres años después, en 1956, un ángel voló sobre la nieve del Monte Bondone: Charly Gaul. Era la etapa Bolzano-Trento, con cinco puertos y final en el Monte Bondone. Llovía, helaba y soplaba un viento invernal. Eran los tres ingredientes que, como recuerda la revista "Velo", hacían feliz a Gaul. El luxemburgués no esperó. Atacó con la primera lluvia, la de la salida. Bahamontes le siguió un rato. Pero se bajó enseguida. Odiaba el agua. Luego se atrevió a seguirle el italiano Bruno Monti.

Lo pagó con un desfallecimiento. Hubo decenas de retirados. Tanto frío hacía que hasta empapó los huesos impermeables de Gaul. Su director, el mítico Learco Guerra, lo paró en el valle anterior al ascenso a Bondone. Buscó un hostal y metió al corredor en una cuba de agua caliente. Gaul, resucitado, se puso ropa seca y tiró hacia arriba. Trepó en manga corta, con la gorra calada. Irresistible mientras la nieve le tapaba. Entró con el Giro en el bolsillo. Pero tieso. Tuvieron que meterlo de nuevo en una bañera y le cortaron el maillot con unas tijeras. Castañeteaba. No podía ni doblar los brazos.

En otra montaña del Giro, en las Tres Cimas de Lavaredo, empezó la era del caníbal. De Eddy Merckx. El puerto, en 1968, era un camino militar. El belga fusiló a sus rivales. Ocaña y Gimondi, los grandes escaladores, cedieron allí seis minutos, y se inclinaron ante un joven belga que en aquel Giro ganó su primera gran vuelta. El inicio del palmarés más largo.

Mucho después, en 1988, el Gavia se trasladó al Ártico. El Polo del Giro. Fue inolvidable. Van de Velde, que pasó primero la cima, se refugió durante el descenso en una caravana. Temblaba, pálido. Ese día se hundió Delgado, ganó Breukink y Hampsten se vistió de líder. Así lo narró el americano: «Llevaba toneladas de ropa, pero estaba mojado y tiritando. Antes de subir, un compañero me dijo que iba a ser el día más duro de nuestra vida. Dejé de pedirle a Dios que me ayudara y especulé con lo que estaría dispuesto a negociar con el diablo».

Ya en subida: «Todos sabían que yo iba a atacar. Cuando salí de una curva la carretera se convirtió en un camino sin asfaltar con un cartel del 16% de desnivel. A 4 millas de la cima, en mi mente empezó a entrar la niebla. Comencé a pensar en las 15 millas del descenso». Bajo cero.

El infierno, hasta Bormio: «Tenía sólo una marcha. Las demás estaban congeladas. Los espectadores creían que la etapa se había suspendido y deambulaban por el camino. Los frenos estaban helados y mis brazos, bloqueados. Miré hacia abajo y vi mis piernas a través de un capa de hielo. Pude ver que eran de color rojo. No miré más. Cerca del final, me pasó Breukink. Llevaba menos ropa, pero yo no tuve forma humana de quitarme la chaqueta. Al llegar, me metí en el coche con la calefacción a tope. Era líder. Empecé a gritar, a reír, a tiritar». Hampsten ganó aquel Giro; la única victoria de un estadounidense.

Más reciente es el Mortirolo, la escalera que puso en el escaparate al ciclista trágico, a Marco Pantani. Los tifosi se arrodillaron a su paso: dejó atrás a Berzin y al entonces imbatible Induráin. Llegó primero a la meta de Áprica y subrió a un trono que ya ocupa para siempre. Al día siguiente, "La Gazzetta dello Sport" tituló: "Pantani eres un mito". Tenía sólo 24 años, apenas 56 kilos y aún le quedaba algo de cabello. En el Mortirolo le recuerda un monumento. El "pirata" inmortal. La montaña del Giro y sus estrellas.

Primer día en el infierno
Ya no habrá pausa. El viernes, sábado y domingo, el Giro irá desde los Alpes a los Dolomitas. El ?infierno?, según Contador. El primero de estos tres finales en alto está en Austria y encima de un glaciar. El Grossglockner (2.137 metros) cierra el primer capítulo alpino. Oscurecido por colosos como el Zoncolán que espera mañana, el puerto austriaco es también un desafío de nieve perpetua: 13,6 kilómetros, con una pendiente media del 6,3% y rampas del 14%. Es una terraza sobre los Alpes. Bien asfaltada, ancha y con peaje incluido. Se escaló en el Giro hace 40 años, pero por otra vertiente. De las tres etapas de este fin de semana, es la más asequible, la más fácil de controlar para el equipo del líder. Contador palpó la subida final en abril, tras la Flecha Valona, y dice que hará ?diferencias?. A su favor, confía. También espera ataques, aunque el hecho de que mañana y el domingo aguarden dos maratones en montaña puede calmar los ánimos. Este Giro tan brutal lo ganará el que más fuerzas ahorre

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