Ha sido la mejor Mostra que yo recuerdo en demasiados y lamentables años, una programación que te despejaba las legañas al madrugar y no convertía en un oficio deprimente esa cosa tan rara de ser crítico de cine, al acudir con ilusión a películas firmadas por directores cuya obra siempre te ha ofrecido garantías
, o al menos expectación, gente en posesión del lenguaje que precisan sus historias, autores que jamás han recurrido a ese recurso utilizado por tanto falsario o irremediable impotente de hacer sus películas de espaldas a algo tan real llamado público, ese público en el que conviven listos y simples, acomodaticios y exigentes, sofisticados y convencionales.
Pero todos esos directores tienen claro algo tan obvio como que el cine necesita espectadores, no se refugian en las subvenciones estatales o culturales exigiendo al poder que financie un presunto arte que solo es apreciable en sus cuentas corrientes, en la admiración absoluta de su familia y allegados y en el consenso de una crítica ilegible e inentendible que revela a unos lectores tan exiguos como profundos las excelencias de esas patéticas masturbaciones mentales.
El premio al mejor director le ha caído al señor chino que firmaba esa película sorpresa de la que tuvimos que salir echando hostias porque en la proyección de la mañana los subtítulos eran un desastre surrealista y en la proyección de la noche se quemó el proyector. En lo que vi hasta ese momento había planos de cinco minutos con el hierático rostro de un fulano planeando su venganza. Seguro que al final todo tenía sentido, pero mi irresponsabilidad no lo puede constatar.
El camaleónico actor Michael Fassbender es tan bueno que no logro identificarle de una película a otra. Es una forma privilegiada de ser muchos hombres a la vez, tan respetable para mis gustos como esos Cary Grant, John Wayne, Humphrey Bogart y Robert Mitchum que siempre parecía que se interpretaban a sí mismos. El premio a la mejor actriz, concedido a la china Deannie Yip, me acerca al desolador universo de una residencia de ancianos. Me conmueve. No puedo ser objetivo ya que el alzhéimer y la demencia senil de mis seres más amados protagonizan desde hace tiempo mi realidad y mis pesadillas. Terraferma va de pescadores bondadosos y en crisis de supervivencia que ofrecen refugio a los desgraciados de las pateras. Vale.
El premio al mejor guion, concedido a la película griega Alpis, confirma el amor del jurado hacia las tramas retorcidas. Aquí cuentan la historia de unos vividores místicos que reemplazan ilusoriamente a los difuntos para que en un juego macabro los familiares se convenzan a sí mismos de que sus seres más cercanos siguen vivos y oficiando sus rituales. El mayor problema es que hasta que pasa una hora no te enteras de nada. Vale. El paisaje de Yorkshire está muy bien captado en la fotografía de la nueva e inútil adaptación que ha hecho Andrea Arnold de la torrencial y conmovedora novela Cumbres borrascosas. Vale.
La sección oficial de esta Mostra ha tenido la mejor programación que yo recuerdo en un festival de cine durante los últimos años. Los premios han sido mayoritariamente delirantes, o tal vez muy consecuentes con los gustos de su viscoso director Marco Müller, alguien tan mezquino como para enviarme en los últimos años al hotel más extremo del Lido, o para negar este año la invitación ancestral que este festival hacía durante determinados días al periódico al que represento, al tiempo que respetaba esa hospitalidad con el resto de los diarios españoles. Encontraría normal que ante mis repetidas críticas a su asqueroso mandato enviara a unos sicarios para que me lanzaran a la laguna o que me reprochara personalmente mis acervos juicios sobre su devastador mandato. Pero ese melifluo animador cultural, con laboriosa apariencia de astronauta chino, tan progresista y políglota él, ha intentado cerrarme mi irreverente boquita con la metodología del facherío prepotente. Como no creo en el infierno, tampoco puedo deseárselo a un gestor que convirtió un festival estimulante en el paraíso del cine más atroz. Y la vida sigue, Marco Müller. La gente como usted siempre encuentra sabroso trabajo en todos los acontecimientos académicos, representan a la conciencia escéptica y comprometida en el corrompido Occidente. Sería espantoso tener que optar entre la derecha, representada por el intolerable Berlusconi, o la izquierda que usted ha pretendido apadrinar en las impresentables ediciones en las que ha sido el responsable de la Mostra. Si a un niño o a un adolescente medianamente receptivo le contaran que el cine es la mayoría de las películas que usted ha exhibido durante estos años, jamás podría enamorarse de él. Lo consideraría una tortura a evitar con uñas, pensamiento, sensibilidad y dientes.