20.11.11

La actriz repasa su vida personal y profesional en sus memorias, «Ahoray siempre»


Diane Keaton
«Los recuerdos son solo momentos que se niegan a ser olvidados». Esta cita de Dorothy, la madre de Diane Keaton, resuena con intensidad a lo largo de las casi 300 páginas de «Ahora y siempre», las memorias de la actriz, que Lumen publica en España el próximo jueves.
Dorothy es, en este caso, la estrella que ilumina la historia de su hija y el motivo por el que decidió, con 63 años, escribir sus memorias. Dorothy Hall Keaton falleció en septiembre de 2008, tras experimentar un doloroso y lento final bajo la «tiranía del Alzheimer». Al poco tiempo, Diane Keaton empezó a leer los diarios de su madre sin ningún orden. Ese flujo de palabras sin aparente sentido se convirtió en la materia prima que Keaton empleó para contar su historia, la de «una chica cuyos deseos se cumplieron gracias a su madre».
Diane Hall nació un 5 de enero de 1946 en Los Ángeles. A los pocos días de su nacimiento, su madre escribía a su padre: «Es formidable, a pesar de que tiene una mala costumbre: cada vez que alguien viene a verla, se pone bizca». Su padre, Jack, ingeniero de profesión, le puso el apodo de Perkins. Fue la primera de cuatro hermanos y eso tiene sus ventajas, aunque muchos años después se «ponía de los nervios cada vez que Warren Beatty se refería a Robin como la hermana guapa y sexy».
A los diez años tenía claro que no quería convertirse en mujer: «Solo quería ser yo, fuese quien fuese». Era una alumna soñadora y ya empezaba a perfilarse en ella ese espíritu crítico e inteligente que terminó configurando su personalidad. Se echó a temblar la primera vez que escuchó en casa el término matrimonio asociado a su persona: «¿Casarme...? Yo no quería ser la mujer de nadie». Lo que le apetecía era «ser una chica sexy, alguien con quien darse el lote». Nunca se casó, pero tampoco encontró «un hogar en los brazos de un hombre».
Al llegar a la adolescencia se dio cuenta de que algo no iba bien: no comprendía por qué todos los genes atractivos habían ido a parar a sus hermanas. Hoy, Diane Keaton está radicalmente en contra de la cirugía estética, pues considera que la perfección no es otra cosa que «la muerte de la creatividad» y sostiene que «el agotador esfuerzo que significa controlar el tiempo modificando sus efectos no aporta felicidad».

Viaje a Nueva York

El gusanillo de la interpretación apareció hacia 1957, cuando se mudaron a Santa Ana y se dio cuenta de que «sería mucho mejor que un montón de gente se enamorara de mí en lugar de un único muchacho desconcertante y difícil de entender». Ese gusanillo se convirtió en vértigo (y felicidad) cuando a los 19 años cogió un avión que la llevó a cinco mil kilómetros de su casa.
En Nueva York descubrió todo un universo de posibilidades... y a Woody Allen. Lo conoció en el otoño de 1968, tuvieron su primera cita el 18 de febrero de 1969 y estuvieron juntos seis años. Se enamoró de él durante los ensayos de «Sueños de un seductor»: «¿Cómo no iba a hacerlo? Ya estaba enamorada de él antes de conocerlo. Era Woody Allen». Le conquistaron sus maneras, sus gestos, sus manos, «sus carraspeos y su forma de bajar la vista con timidez mientas contaba chistes. En la vida real era mucho más apuesto, tenía un cuerpo estupendo y muy grácil», confiesa Keaton. El genial cineasta se acostumbró a ella («no pudo evitarlo, le encantaban las neuróticas»), sabía lo insegura que era y, según la actriz, «debió de ser una verdadera lata tener que aguantar mi constante necesidad de apoyo y ánimos».
Cuarenta años y muchas experiencias después, Keaton reconoce que le echa de menos y que todavía le quiere: «Se estremecería si supiera cuánto. ¿Qué le voy a hacer? Siempre seré su tonta del bote, su boba número uno, su monstruo, su frívola del cosmo». Solo hubo un secreto entre ellos: su bulimia. La actriz confiesa, por primera vez, que padeció un grave desorden alimenticio durante cinco años. Tras superar (gracias a una psicoanalista) este episodio, la interpretación volvió a convertirse en el papel más importante de su vida. En 1972 rodó «Sueños de un seductor» y poco después se unió al reparto de la primera parte de «El padrino», donde conoció a Al Pacino. Pero su saltó definitivo a la fama llegó en 1976, con «Annie Hall», por la que obtuvo su primer y hasta ahora único Oscar («ganar no tenía nada que ver con ser la mejor actriz, sabía que no lo merecía», llega a decir). Pese a que habían roto dos años antes, la actriz considera el papel un regalo de Allen, que llevó a la gran pantalla la historia de su Di-Annie Hall Keaton y a toda su familia.
Warren Beatty le ofreció un papel en «El cielo puede esperar», que rechazó, pero Beatty siguió llamándola. Se convirtió en su gran amor: «Una vez que decidía arrojar su luz sobre ti, no había vuelta atrás», confiesa. Su fama de mujeriego persiguió a la pareja durante los tres años que estuvieron juntos.
En 1981 Beatty ganó el Oscar a la mejor dirección por «Rojos» y «dejó de estar» para Diane Keaton. Al tiempo, Allen conoció a Mia Farrow y todo ello desequilibró su carrera, pues «sin un gran hombre que escribiera para mí y me dirigiera, yo era como mucho una estrella de cine mediocre». Comenzaron unos años de ostracismo cinematográfico que la actriz analiza con ácido realismo. Decidió refugiarse en la fotografía e hizo sus primeros (y malos) pinitos como directora.
Al Pacino volvió a aparecer en su vida e iniciaron una complicada relación (dicen las malas lenguas que no se hablan) que se extendió hasta poco después del rodaje de «El padrino III». A los dos meses de que el padre de Keaton muriera de cáncer, Al Pacino reconoció en la consulta del psicoterapeuta que nunca había tenido intención de casarse con ella. En 1990, la actriz había perdido a su padre y a Pacino y aprendió que «el amor, cualquier amor, es un trabajo, un gran trabajo, el mejor trabajo, mucho más que una fantasía romántica».

Maternidad, a los 50

Sus pulmones «estaban llenos de un residuo de polvo del pasado» y tomó la decisión más importante de su vida: adoptó. Estaba a punto de cumplir los 50 y lo hizo siendo consciente de que debería «ganarse el derecho a ser madre». Reconoce que sus hijos le han cambiado la vida y llega a decir: «La verdadera historia es que yo soy la afortunada. Ellos me han salvado de mí misma». Poco tiempo después de instalarse en casa con su hija pequeña, a su madre le diagnosticaron Alzheimer y así fue como Keaton se convirtió «en la observadora más ardiente de dos fenómenos: el lento comienzo de la vida y su final».
De la última década, eclipsada por la agonía de su madre, la actriz solo rescata un par de películas, especialmente «Cuando menos te lo esperas», filme en el que coincidió con Jack Nicholson, ahora uno de sus mejores amigos. Desesperada, la actriz llega a reconocer poco antes de que su madre muera: «Todo esto de vivir es demasiado. Demasiado y no suficiente». Hace poco más de tres años que Dorothy Hall Keaton falleció, pero «la puerta con el rótulo DEJAR MARCHAR ha permanecido cerrada». Puede que para Diane Keaton haya llegado la hora de abrirla.

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