La lucha por el poder es terrible. En su marcha ocurren
frisuras, divisiones, odios y enfrentamientos.
Esa lucha queda soterrada, escondida, esperando mejores
días; cuando existe un liderazgo caudillista, que insufla miedo al
enfrentamiento, los deseos de discusión se aplazan, o duermen
sueño eterno.
Pero en la República Dominicana ya pasó la época de los
caudillos, los tres grandes del Siglo 20 están enterrados, y no vasta para
encontrar soluciones sacar de la manga sus pronunciamientos.
Los marxistas en su mejor época vivían el culto a la
personalidad a más no poder, y levantaban la memoria de los caidos, en combate o
por causas naturales, para marcar el camino a seguir. En la lucha por el poder
electoral, solo se piensa en los cargos y las yipetas
En la política nacional es el instinto que habla, es la
ejecucion del día a día, y la esperanza o ambición
en lontananza, que mueve los ejes de la carreta.
En las revoluciones todos parecen ir al
combate unidos por el mismo objetivo, que es derrocar a un tirano determinado.
Pero en cada comando florece lo individual, y después del triunfo viene la lucha
más sangrienta, que es el todo contra todos de los
vencedores.
Un partido poderoso, para llegar al poder, tiene que
eliminar de su seno la división. Para ganar unas elecciones hay que tener
una fuerte unidad interna, para entonces motorizar el voto
exterior.
Nadie puede ganar unas elecciones con el voto de sus
militantes. La gran mayoría del pueblo es amorfo y va a las elecciones motivado
por lo que considera su deber patriótico, pero ni antes ni después habla de
política-partidista.
Recuerdo al doctor José Francisco Peña Gómez en Tribuna
Democrática. Tenía un slogan que era un llamado en oídos sordos para la
autocrítica de los divisionistas: “Sólo el PRD derrota al PRD”. Todas las
derrotas electorales del PRD fueron por sus divisiones
internas.
La lucha soterrada entre Don Antonio Guzmán y “El hombre
de las manos limpias”, Salvador Jorge Blanco, terminó en un suicidio en la
barbería del despacho presidencial.
La rencilla entre Salvador Jorge Blanco y Jacobo Majuta,
permitió que Joaquín Balaguer volviera reivindicado de los doce años, y
comenzará el gobierno de los diez años.
Esa pugna llevó a Salvador a la prisión. El PRD se cruzó
de brazos y no levantó una voz de protesta para defender a Jorge Blanco. Sacarlo
del juego era uno menos en el trío de aspirantes.
Pero el PRD se alejó del poder con el desgarrador
enfrentamiento entre Majluta y Peña Gómez, y más reciente, independiente de su
decenso de popularidad, fracasó el intento de reelección de Hipólito con el
alejamiento de Hatuey Decamps.
El PRD de hoy está fraccionado, no dividido, pero como
Sísifo, levanta la pesada piedra montaña arriba, para verla caer a medio camino
y tener que de nuevo alzarla.
Me parece escuchar la voz de trueno de Peña Gómez
advirtiendo los estragos de la división con la consigna “El PRD
unido, jamas será vencido”, pero su frase lapidaria es la realidad de hoy, es la
antesala del despeñadero político, “sólo el PRD derrota al
PRD”.
Si hay división, el PRD perdió las elecciones.
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